Otra
vez ese estridente despertador anunciando el comienzo de otro día
execrable. Las siete de la mañana. Hoy sin falta tengo que enviar
las fotos a la agencia o ya me puedo despedir de más encargos, aún
no he terminado de redactar el artículo para El Vigía Moderno
y el plazo acaba mañana, tengo que comprar pienso para Gringo, a ver
de dónde saco hoy tiempo para llevarlo al parque, la tinta de la
impresora también está ya en las últimas.
¡PI,
PI, PI, PI!
¡Madre
mía, sí! ¡Ya te he oído la primera vez! A ver si llego... Eso me
pasa por poner ese cacharro infernal en la otra punta de la mesita,
totalmente fuera de mi alcance. Por otro lado, de no ser así, ni con
agua caliente me sacaban de la cama. Bueno, organización. La radio,
una ducha, un buen desayuno y a pasar el día delante del ordenador,
es la condena del freelance.
Y, con todo, ya me puedo dar con un canto en los dientes porque mira
Manuel, con todo lo que había invertido en poner en marcha el
negocio
y
claros en el resto de España. Pero no se apuren porque pronto
diremos adiós a este verano tardío...
No,
el tiempo no, ni noticias, quiero música, no quiero oír hablar más
de veroños, de corrupción, de Nicolases, de referéndum, de
ébola... Música, algo que no me ponga de mala uva nada más
levantarme.
...miles
de jóvenes a través de las redes sociales en las principales
ciudades españolas para celebrar hoy 31 de octubre la marcha zombi.
Así pues, halloween...
¡Mierda!
31, halloween, mañana es el día de los santos y no le he comprado
las flores a papá. A mí sí que se me ha ido el santo al cielo.
¡Mierda, mierda! Nada, habrá que apurar, porque sin flores en el
nicho no se puede quedar. ¡Vaya campanada que daría! Aunque por
otro lado, así la Angelitas tendría algo que criticar, como le
gusta poco darle a la sin hueso con ese corrillo de viejas
metomentodo... No, ni hablar. De ninguna manera. Voy a dejar de jugar
ya con el dial de la radio y pongo el Spotify, así acabamos
antes. La playlist mañanera en el móvil y a la ducha...
…With
the ligths out, it's less dangerous, Here we are now; entertain us. I
feel stupid and contagious, Here we are now; entertain us... ¡Guau,
guau!
¡Hola,
chico! Buenos días, al menos para ti, porque el mío no se presenta
muy agradable. A ver, grandullón, quita de encima, deja que me
levante de la cama. No, los calcetines, no. Ven, toma, vamos a
desayunar. Siéntate. Muy bien, aquí tienes.
¡Guau,
guau!
Cada
día está peor el tráfico. Mira, esa es una de las ventajas de ser
freelance y trabajar en casa. Nada de atascos, nada de
semáforos, nada de ruidos de claxon, de gente que pierde los nervios
a insultos que vuelan a través de las ventanillas y retrovisores.
Uf, cómo está todo, odio este frenético ir y venir de gente en
vísperas de algún festivo. Parecen hormigas errantes con sobredosis
en busca del último terrón de azúcar del capitalismo. Porque es lo
que hay, esa es la máxima que nos dirige, el capitalismo. Si no hay
más que mirar los escaparates... Halloween, vaya invento... Que sí,
que si te paras a pensarlo detenidamente, no es técnicamente una
fiesta norteamericana, su origen está en los antiguos celtas y la
celebración del solsticio de Invierno y el final de la cosecha. Pero
estos norteamericanos se apropian de todo, y el resto del mundo baila
a su son como palomillas acercándose a la radiación, es innegable.
¡Qué barbaridad! Mires a donde mires todo igual. Vitrinas cubiertas
con telaraña falsa, calabazas en los escaparates, ofertas en
disfraces de temática de terror y no quiero ni pensar en el precio
de las flores hoy, eso sí que me va a dar terror. Pero, ¡qué veo!
Parece que halloween no ha pasado por aquí. ¿Desde cuándo está
esta tienda abierta? Rliquias. El que le puso el nombre se
quedó en la gloria... Esta modita horrible que se está expandiendo
como un virus de escribir mal a conciencia, como si borrar letras de
una palabra la hiciese más exótica, qué estupidez. Pero...
—Caballero,
disculpe, ¿me deja espacio para pasar con el carrito?
Uff,
me he quedado plantado como un pasmarote en medio de la calle mirando
el escaparate. Pero una cosa así no se ve todos los días, es el
mismo modelo que usaba papá. Sí, ya sé que las hay más antiguas y
que su valor real no es muy elevado, pero para mí tiene un valor
simbólico y sentimental impagable. ¿Sonará igual que la de papá?
Aún recuerdo como me pasaba el día jugando a pata palo,
subiendo y bajando por las escaleras que llevaban al desván a la
pata coja siguiendo el ritmo de las teclas de su irrefrenable
Olympia. La que me cayó aquel día. Papá había implantado su
despacho arriba del todo, allí en el desván. Ese día estaba muy
nervioso, no sé por qué, y el martilleo de la Olympia castigando el
papel era frenético. Papá ya me había reñido por el ruido que
hacía jugando en la escalera. Pero yo quería bailar al paso de su
Olympia, arriba, abajo, arriba, abajo, una cacería en la que yo me
soñé cazador y resulté ser la presa. En uno de los compases,
marqué mal el pie y la melodía se derrumbó conmigo escaleras
abajo. Acabé con una pierna rota y un chichón en la cabeza, pero lo
que más me dolió fue la dura y fría mirada de papá. No me dirigió
la palabra. Hasta que ocurrió lo que ocurrió. Tal vez ese fuese el
preludio de lo que pasaría. Pobre papá. Tengo que hacerme con ella.
Pero primero las flores, las cosas tienen su justo orden y hay que
hacerlas bien. A ver qué pellizco se me va en los arreglos florales
y luego le echaremos un vistazo a esta maravilla.
—Gracias
y vuelva cuando quiera. Y que las musas le sean propicias.
¡Ya
es mía! Y qué ganga, no me lo puedo explicar. Lo de las flores sí,
un atraco en toda regla. El mismo encargo en otra fecha costaría la
mitad, pero es culpa mía. Dejar todo para el último momento tiene
sus consecuencias. De todas formas, no nos vamos a poner remilgados a
estas alturas, una vez al año no hace tanto daño. No quería coger
el coche pero estoy pensando que antes de meterme en casa
definitivamente, voy a llevar estas flores y ya lo dejo todo hecho.
Pongo la Olympia en el maletero y luego la subo a casa. La Olympia...
aún no me lo creo, parecía como si la dueña de la tienda estuviese
deseando deshacerse de ella porque el precio más reducido no podía
ser. Mejor para mí. Es como tener un trocito de papá de nuevo en
casa. Aunque a última hora la duda casi me juega una mala pasada, me
han venido a la cabeza todas las sesiones con el terapeuta después
de lo que pasó y a punto he estado de dejarla allí. Y es que la
mente de los niños es un torbellino y allí todo es posible, incluso
las cosas más absurdas. Recuerdo que, después de aquella caída de
papá por las escaleras que desembocó en traumatismo
craneoencefálico y su posterior fallecimiento, volqué toda mi
frustración, mi apatía, mi ira, en aquella máquina de escribir.
Hasta el punto de culparla de la caída de papá, vaya sandez.
Tuvimos que deshacernos de ella, no podía vivir en aquella casa
sabiendo que en esa habitación, justo en la cima de la escalera,
estaba la Olympia, y mi padre ya no la haría funcionar nunca más.
Por las noches, el martilleo de las teclas sobre el papel invadía
mis pesadillas y despertaba bañado en sudor y gritando como un
poseso. Sin embargo ahora, desde la visión de un adulto, todo se ve
diferente. No sabía que la echaba tanto de menos. Qué rápido he
llegado al camposanto. El tiempo parece discurrir a otro ritmo cuando
tus pensamientos andan ensimismados en sucesos del pasado. Bueno, una
visita rápida para dejar las flores y a casa. Aún me está
esperando la hoja en blanco para el artículo de El Vígia,
qué desidia...
—¡Tres
euros, anda, María, mira que baratos los traigo! ¡El ramito de
claveles tres euros!
Ya
hasta los cementerios se convierten en mercadillos. Si te paras a
pensar, esto de dedicarse a oficios de la otra vida es un campo
laboral digno de explorar, porque vaya si sale caro morirse. Entre lo
que le pagas al seguro todos los años, que si el impuesto al
ayuntamiento por la propiedad del nicho, que si las coronas de
flores, el día de los santos que pareciera que las flores son de
oro... A veces pienso que algunos de estos comerciantes del más allá
se aprovechan de la pena de los familiares para vender productos a
precio de lujo. Porque vaya si estaba caro el farolillo que había en
la tienda de al lado del cementerio, justo donde tenía el coche
aparcado. Es imposible que la elaboración de un producto así
resulte tan cara como para tener que venderlo a ese precio. Y al
final para qué... Si el que está ahí dentro ya ni siente ni
padece, lo mismo le da tener flores, tener farolillos de oro en la
lápida que una vela de los chinos. Ante la muerte todos somos
iguales, muertos. Y ya los de este lado, nada podemos hacer. Por eso
el tiempo, que es tan hijo de puta, nos deja toda una vida por
delante, para poder hacer en ella lo que tengamos que hacer, regalar
flores, hablar con franqueza, querer de verdad, visitar más a
nuestro seres queridos, porque después en la muerte, todo eso ya no
cuenta. ¿Dónde habré metido las llaves? Aquí están.
¡Guau,
guau!
¡Grandullón!
¿Me has echado de menos? No, quieto, abajo, hazte a un lado que esto
pesa, Gringo. Aparta, chico. Mira que preciosidad traigo. Sí, no me
lamas, espera que lo abra. ¿Qué me traes, la pelota? Toma, ve a
buscarla. A ver si así me deja tranquilo un rato. Vamos a sacar del
maletín esta monada. Sí, es perfecta. Y está perfectamente
engrasada. Las teclas vuelan. Creo que voy a estrenarla escribiendo
el artículo para El Vigía Moderno
aquí, aunque luego tenga que digitalizarlo. Ya tengo hasta el título
pensado. Tal vez esto de cambiar de método de escritura estimule mi
imaginación y consigamos que las musas vengan a susurrarnos detrás
de la oreja más a menudo de lo que lo hacen. Unos folios. A ver,
supongo que esto será para marcar los márgenes y esto otro, para
enderezar el folio, así, perfecto. Hoja en blanco preparada. Voy a
preparar un té antes de sumergirme en plena faena.
¡¡Grrrrrrr,
grrrrrrr!! Tac, tac, tac, tac, tac, tac... ¡¡Grrrrrrr, grrrrrrr!!
¡¡Guau!!
Gringo,
¿qué pasa? ¿Dónde estás? Ah, estás aquí. ¿A qué le gruñes?
No, quieto, tranquilo. Vale. ¿No ves que no es más que una máquina
de escribir? Ven, mira. No es nada. Tranquilo. Ven, vamos a
acercarnos. Así, espera, ven, te voy a enseñar cómo funciona para
que te familiarices con el ruido. Siéntate. Pero... ¿Qué? NO PUEDE
SER...
Te
llevaré conmigo igual que me llevé a tu padre.
…With
the ligths out, it's less dangerous, Here we are now...
¿FIN?
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